Una de las razones, casi la más importante, de haberme casado con Lina fue el hecho de que me sentí embrujado por sus hermosas manos. Nunca he conocido ni conoceré -lo puedo asegurar- unas manos más bellas que las de mi esposa.
Conocí a Lina en una fiesta, una de ésas que lo invitan a uno después de la oficina. Había música de los Beatles alternada con Mike Laure; ora bailábamos, ora conversábamos. El anfitrión, Germán Santillán, nos pasaba bandejas con “cubas libres” o con coca-cola pues las chicas normalmente, bueno, en esos tiempos, no bebían. El tequila era el rechazado ausente en los años 70. El predilecto era el ron, a veces algún cóctel como “medias de seda” o “desarmador”, pero nada más.
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El cuento completo está en:
http://contracorriente.webs.com/tintadealfaguara.htm
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