lunes, 18 de noviembre de 2013

De Guillermina Monroy


Recordó su voz en aquella iglesia. Hacía más de diez años que visitaron aquel lugar. Ella reía con su risa de niña adulta y tú no comprendías bien a bien lo que pasaba.
Tu pasado eclesial era contundente y te gustaba el ambiente religioso, no te parecía extraño. Pero ella, que te había llevado hasta esa hondonada, reía tontamente llevada de su loca travesura, sin saber lo que en ti rememoraba aquél ambiente cargado de misticismo. Ahora lo recuerdas todo.
A veces las noches de pasión pueden convertirse en un desastre si se hace la pregunta equivocada y se devuelve la respuesta equivocada. ¿Por qué ella preguntó lo que debería estar olvidado? Y de tu boca salió la verdad, la horrible verdad.
Entonces, un halo indecente de inocencia te envolvía. Y creíste que la verdad era imprescindible. Funesto error. Todo se vino abajo. Y de un tálamo nupcial aquello se convirtió en una guerra sin cuartel con acusaciones, señalamientos, ofensas y el choque terrible de los orgullos heridos.
Ahora recuerdas cómo saliste al balcón en plena noche y las montañas que rodeaban el santuario religioso te parecían cuerpos de fantasmas gigantes que se comerían tus entrañas sin compasión.
Recuerdas también que no entraron nunca al santuario mariano. Tal vez eso hubiera calmado los ánimos. Pero, en vez de eso, cuando amaneció, huyeron rumbo a otro paisaje, con una herida abierta que no cerró jamás y que, al final, rezumó la podredumbre de la desconfianza y acabó con el amor.



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