miércoles, 8 de diciembre de 2010

LA COCINA

Dedicado a todas las madres de antes, a las que viven en la cocina para sus hijos. 
A mis hermanas
A mi mamá

Mamá vive en la cocina.
Todos los días me despierta el canto de los pájaros y el olor que emana de ese lugar en el que habita mi madre. Lo sé porque cada día me levanto muy temprano y la escucho. A veces canta, otras creo que habla con un ser imaginario, otras más tiene un lápiz y un papel en la mesa. Quizá lea o escribe cartas a la abuela. Tal vez solamente repasa las recetas que más tarde preparará.
Cuando me dispongo a ir al colegio ella me espera en su cocina con un vaso de leche, un pan y una sonrisa. Mamá dice que la leche me hará fuerte y grande. Luego, se ríe por los bigotes que se han dibujado alrededor de mis labios al beber el vaso de esa leche siempre fresca y suave, como mamá.
Le cuento lo que haré en el colegio y le muestro las canicas que llevo para jugar con mis amigos en el recreo. Ella sonríe mientras prepara mi refrigerio. La maletita en la que llevo mi almuerzo siempre está limpia aunque yo haya metido en ella tierra y pasto el día anterior, sin querer, claro. Mamá la recupera siempre y la llena nuevamente con comida. Me despide con ternura tras un beso que me ha dado en la frente.
Cuando llego del colegio ella continúa en su cocina. Se ha cambiado de ropa, ahora luce mejor, se ha pintado los labios y ha arreglado sus cabellos. Huele muy bien. Mamá no camina por la cocina: flota. La miro y la admiro. Me da un beso y me tiene dulces frutas, agua fresca y una mirada suave y tierna.
Ayer he visto una manzana muy roja y muy pequeña, el rostro de mamá se iluminaba cuando miraba que yo la comía, el sabor era diferente al de las manzanas grandes. “Es un tomate-cereza”, me ha dicho. “¿De dónde lo habrá sacado?”, pienso. Y ella como siempre ha adivinado mi pensamiento, así que me ha dicho: “Es del jardín”. Yo no le he creído pues ella nunca visita el jardín. Vive en la cocina y no sale de ella.
Me ha pedido que vaya a asearme y que regrese a comer. Ya en mi habitación he sentido cómo me perseguía un olor caliente, mi estómago reconoció el sabor del platillo que mamá tenía esperándome. Así que ni tardo ni perezoso me he dirigido nuevamente a la guarida de mamá.
Me hace preguntas sin prestarme aparente atención. Yo le hablo de Pablo, mi amigo, y de la maestra de deportes. Ella abre una alacena, cierra la nevera, saca algo del horno. Está dispersa. Pero por la tarde, me pregunta si Pablo vive cerca y si la maestra de deportes es amable. Siempre sabe todo.
Salgo al parque a jugar con mis amigos, hago mis deberes, veo un poco la televisión y por la tarde mamá me llama para que coma un trozo del pan que acaba de salir del horno. La veo un poco cansada pero siempre tiene esa dulce sonrisa para mí.
Mamá limpia la cocina, lava los trastes, luego se pone una crema en las manos y se sienta a conversar conmigo. Nunca está triste o enfadada. Creo que es feliz.
Solamente hay algo que me preocupa. La cocina es pequeña y no hay una cama, así que me pregunto ¿dónde dormirá mamá?

Publicado por Juana Castillo. Pluma y Tintero, Año 1 Número 3. Oct-Dic 2010
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