miércoles, 1 de junio de 2011

Ayer, veinte años...

Te miro y me veo en ti. Claro… tú más bella; bien lo decía mi padre.
Te observo y me miro en ti: veinte años más joven.
¿…dónde quedaron esos veinte años?
¿En qué mundo, ciudad, tiempo, viaje, los perdí?
No los gané puesto que no los tengo conmigo, no es como un sombrero o un ropaje, algo que se lleve puesto, algo que se agrega.
Los he abandonado.
Quizá se advierten, se notan, se diferencian.
Quizá se quedaron en un aula universitaria, en algún curso. Quizá en un café, en una casa, o en los largos recorridos por el periférico. Quizá en algún coche, en un viejo parque. O tal vez en las tardes de "tequila" con mis amigos.
Te contemplo y me observo a mí misma en una carrera desenfrenada por llegar a tiempo, por la limpieza de la casa; en la cocina, en las noches en las que horneaba pan para calmar el ímpetu del día que se me iba irremisiblemente, irremediablemente, implacablemente.
Te vislumbro y me encuentro contigo: mi gran amiga, mi otro yo, mi espejo renovado y rejuvenecido.
Te veo y me veo, hija mía, veinte años más joven, veinte años que se han ido hoy mismo entre las tinieblas y el llanto por no poder retenerte… ni detenerme.
Dulce hada que haces magia bella magia como solo tú lo eres, la que me deslumbra y me devuelve la vida que voy dejando atrás.
Bella niña mía que adoro e idolatro.
Veinte años que nos separan y nos unen.
Veinte maravillosos años que hemos vivido juntas como mujeres: tú en la inocencia y yo en la madurez. Curiosamente la madurez que vives tú ahora y que le has regalado a Ivy de la que veinte años te separan.
Y la historia se repite: y te miro y me veo y te observo y me contemplo y te admiro, hija, adorada mía.
Felices 38.

Susana Arroyo-Furphy (con alegría)