Escuchaba ruidos, tenía miedo. Sentí la silenciosa cercanía de una mano que intentaba tapar mi boca. Desperté y no había nada. Me mantuve alerta un buen rato. Escuché ruidos, nuevamente. Decidí despertar a Daniel. Nos levantamos. Advertí sus dedos, desesperados, zafarse de los míos, angustiados, cuando intentábamos abrir la puerta de la habitación de donde provenian los ruidos.
Desperté. Quise gritar, las pisadas se acercaban cada vez más, siniestras, a nuestra habitación; pero mis gritos ahogados no lograron mover el cuerpo dormido y pesado de Daniel para que se percatara del inminente peligro, él no despertaba. Noté los pasos ahora tan cerca que me estremecí, presa del miedo. Entrecerré los ojos y distinguí a través de mis pestañas la mano que se acercaba ansiosa a tapar mi cara. Sabía que me mataría. Desperté.
Desperté. Quise gritar, las pisadas se acercaban cada vez más, siniestras, a nuestra habitación; pero mis gritos ahogados no lograron mover el cuerpo dormido y pesado de Daniel para que se percatara del inminente peligro, él no despertaba. Noté los pasos ahora tan cerca que me estremecí, presa del miedo. Entrecerré los ojos y distinguí a través de mis pestañas la mano que se acercaba ansiosa a tapar mi cara. Sabía que me mataría. Desperté.
Susana Arroyo-Furphy