YO ESCRIBO: YO CREO

sábado, 29 de mayo de 2010

YO CREO

Yo creo en tu nombre que me nombra

extensión de tu palabra.

Yo creo en tu sombra que me abrasa

candente espacio.

Yo creo en tu luz que me ilumina

y en tu quieto mirar

dulce extravío.

Yo creo en los pasos que sigo

ferviente, mansa,

cordero dulce y sigiloso

doliente llama
tímida y ligera.
Yo creo.

Susana Arroyo-Furphy

Poemario "Creo" (en preparación)

Australia, 2010

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ROSTRO BORROSO

onó el timbre al tiempo de la séptima campanada del viejo reloj, única herencia de su abuelo, aquel viernes 13 de septiembre. Esperaba con emoción la llegada de Adris, que regresaba de un largo viaje al Oriente.

Diego pensó que los viajes al Oriente, impregnados de misterio y exotismo, en la actualidad se han visto socavados con las constantes guerras, el terrorismo, los cambios en las políticas migratorias y muchos otros inconvenientes, por lo que no todos logran una estancia placentera.

Quizá había en él cierta animadversión pues parecía cumplirse la moraleja de la fábula. Esos pensamientos se sucedían en la mente de Diego porque había dejado de viajar, porque había imaginado una vida que no tenía, porque ese extraño sedentarismo se había convertido en lo que siempre había odiado: un trabajo con horario cómodo, vivir cerca de la oficina para no tener que viajar grandes distancias, llevar a los hijos al colegio local, la vida de una familia de clase media de la ciudad que se conforma con las vacaciones anuales a la playa y, sobre todo, porque no le satisfacía esa anodina vida de todos los días, los meses y los años. No se soportaba a sí mismo con su actual y minúscula levedad, una vida carente de la sofisticación que había soñado.

ROSTRO BORROSO

Y ahora ella estaba ahí, tocando a su puerta, la puerta de su casa en su vida de insustancial madurez.

Irene, su esposa, una mujer de diversos talentos y pocos defectos, cuyos labios siempre estaban ligeramente abiertos como esperando un beso, se dirigía a abrir con parsimonia cuando lo miró consternada y le dijo:

–No estés nervioso, Diego, solo es Adris.

Mientras la puerta se abría pasaron por su mente las ocasiones de reencuentro: en Venecia, exactamente en la Plaza de San Marcos, cuando Diego viajó para recibir el premio que le otorgara la asociación de escritores de Italia por sus traducciones del italiano al español. Adivinó el rostro de Adris casi cubierto por sus suaves manos enfundadas en delicados guantes negros. Corrió a su encuentro. Adris, enmarcada por la basílica y rodeada por cientos de palomas, con un sombrerito estilo Jackie Kennedy que dejaba su rubio cabello al aire, simplemente deslumbraba. Adris, quien siempre sonreía con esa boca y dientes perfectos.

–¿Dónde te hospedas? –preguntó Adris, tras caminar juntos, emocionados, por las angostas calles.

–¿Y tú? –le dijo Diego, sin contestar a su pregunta, no sin cierta timidez pues sabía la calidad de los lugares que Adris frecuentaba.

–En el «Saturnia» –dijo Adris–. ¿Tomamos una copa?

Se dirigieron al hotel de ella. El corazón de Diego saltaba de emoción. Temía que Adris escuchara sus latidos.

El flamante hotel deslumbró a Diego, inhibió en él cualquier intento de conquista. Un hombre maduro, vestido de traje impecablemente negro se acercó con cierta velocidad a la pareja y tomó del brazo a Adris.

–How was your shopping, my darling?

–Oh, fine, thank you. This is Diego, my best friend.

–Mucho gusto.

A lo que Adris dijo:

–No habla español.

Diego borró de su mente lo que continuó tras la entrevista en el umbral del «Saturnia». No quiso recordar que entraron los tres, él, con un torpe inglés pidió un vaso de agua. Quiso olvidar que había advertido la calidad de la ropa del elegante personaje, la camisa con iniciales bordadas en los puños: «VS», el cuello inmaculado y la calidez de sus miradas. En los ojos de Adris había alegría. Diego olvidó el nombre del acompañante, su rostro y su vital personalidad. Su recuerdo borró todo, hasta el olvido.

Le pidió a un gondolero que lo llevara a Murano, le habló con un excelente italiano. Tenía en la mirada el dolor de la pobreza. El gondolero le decía el precio: «100 dólares». Diego pensó en su desnutrido bolsillo e intentó bajar de la góndola. Luigi, el gondolero, sintió pena por el joven, estaba por retirarse a su casa pues había recibido una excelente propina de un mexicano, así que le preguntó:

–Da dove vieni?[1]

–Dal Messico[2] –Diego respondió con desgano.

–D’accordo, andiamo a fare un giro ma soltanto se accetti di cantare una canzone.[3]

Diego sonrió con una mueca de aceptación. No miró a Luigi, no le escuchó tampoco. Se decía que, aunque compartiera el mismo lugar con Adris, ella nunca estaría realmente con él, pertenecían a ambientes distintos, pues él jamás podría pagar el «Saturnia».

Otro reencuentro fue en Washington.

[1] ¿De dónde eres?

[2] De México.

[3] Está bien, vamos de paseo, pero solo si aceptas que cante una canción.

De luto...

Susana, no había podido leer con calma, que era mi deseo. Ahora que lo he hecho, quiero darte mi abrazo solidario por la tristeza que deja la pérdida de un ser querido como lo fue para ti Helena Beristáin

Qué alegría (en contraste) haber tenido la fortuna de contar con una Maestra y después amiga, como ella. Siempre he admirado (y me ha sido muy útil), su diccionario de retórica y poética.

Personas como ella, nunca nos dejan, su obra las mantiene con nosotros.

Saludos cordiales

Laura Landeros Zuno

Guadalajara, México

Foto premiada

Queridos,

He colocado esa guía de Australia Schmap para que visiten el país en el que vivo :)

Y además para que vean una foto que me premiaron. Vayan por favor a Beaches y ahí hagan clic en Peel Island.

Desafortunadamente no aparece mi nombre sino mi dirección de yahoo!! Ooops! sushidalgo.

En fin, Emma Williams, la coordinadora de esta guía me ha prometido poner mi nombre en la siguiente edición.

La foto se llama originalmente Un atardecer australiano. Peel Island". Y la pueden ver también aquí en esta columna.

Rage, rage...

Uno de los poemas más bellos de Dylan Thomas.

Do Not Go Gentle Into That Good Night

Do not go gentle into that good night,
Old age should burn and rave at close of day;
Rage, rage against the dying of the light.
Though wise men at their end know dark is right,
Because their words had forked no lightning they
Do not go gentle into that good night.
Good men, the last wave by, crying how bright
Their frail deeds might have danced in a green bay,
Rage, rage against the dying of the light.
Wild men who caught and sang the sun in flight,
And learn, too late, they grieved it on its way,
Do not go gentle into that good night.
Grave men, near death, who see with blinding sight
Blind eyes could blaze like meteors and be gay,
Rage, rage against the dying of the light.
And you, my father, there on the sad height,
Curse, bless me now with your fierce tears, I pray.
Do not go gentle into that good night.
Rage, rage against the dying of the light.
-- Dylan Thomas