He leído los Cuentos Cínicos, de
Carlos Bracho; de Carlos Bracho he depurado sus cuentos. Y podría decir que los
he leído cínicamente pues solo con esa suerte de conspiración se puede leer
algo que ha sido escrito con vehemencia, con una doble intencionalidad del que
sabe y reconoce algo que se ha dejado al descubierto: lo indecible, lo
inaudible, lo innombrable.
El constante juego de palabras, el justo adjetivo que descubre la belleza
de lo casual, de lo cotidiano así como de lo onírico o lo que ha sido
simplemente pensado o figurado, son algunas de las marcas de la prosa de Carlos
Bracho.
El título del libro bien se antoja filosófico de acuerdo con la Escuela Cínica de la antigüedad griega. Sin embargo, a veces no se concatena al principio cínico: “El hombre con menos necesidades es más libre y más feliz”, ya que este hombre que nos es narrado, urge pasiones y es avezado en las lides amorosas. No obstante, es congruente con los sabios cínicos, pues desprecia las normas, las instituciones, las costumbres y todo lo que representa una atadura para el hombre, según reza la filosofía cínica. En su desprecio se desvelan los grandes secretos de una sociedad lerda, pasmosa, cansina; así como en su clamor, grito desesperado por el cambio, por la justa y pertinente claridad de una sociedad libre y feliz, fecunda, con el sello que la distingue como raza guerrera, sin corrupción, sin malos manejos en tanto la polis sea trazada como una sana y noble nación.
Es pues, un buen cínico el narrador-personaje, fundido en esta intensa
imagen narratológica de la penetrante prosa de Bracho.
Me ha llamado la atención el alto nivel de sensualidad que se maneja en la
inmensa mayoría de los relatos. Todos ellos distintos y distinguibles con la
cualidad indiscutible de este autor que se sitúa como uno de los escritores
mejor logrados en la actualidad en México y de habla hispana. Su transculturalidad
se subyace a la hipersensualidad de los tiempos, movimientos, pasiones,
persecuciones y siniestros embates que se dan en Rusia, en Francia, en México o
en cualquier lugar del mundo. Su escritura, auténtica, veraz, impasible y conmovedora
es una vorágine escindida en el marco de la búsqueda de la pasión y de la
entrega triunfal.
Bracho es un autor múltiple, grandilocuente, como el del gran teatro que
deslumbra y que alumbra el paso del que sordo sigue, ciego busca, tenaz, porfiado,
descubre; del que intenta conseguir un ápice de luz y desnudo, sórdido, la
encuentra.
Los Cuentos Cínicos son
circulares. Hay una malévola camaradería entre ellos, además del desbordante
placer sensual y erótico de los que se nutre cada uno de los hilos de las
historias; placer sibarita, siempre refinado y elegante.
Si se lee un cuento sin leer los demás el lector ha quedado incompleto,
puesto que en su obra, Bracho resuelve el silogismo: en uno de los cuentos hay
proposiciones y argumentos que permiten descubrir el siguiente y con ese
conocimiento tanto gramatical como semiótico el autor está capacitado para leer
el siguiente, así sucesivamente, en una semiosis ilimitada hasta lograr el
efecto de sentido global, tal como lo proponía Greimas. Es decir, los relatos,
en conjunto, contienen el sentido que cada una de las partes ofrece, como si se
tratara de una sinécdoque gigante.
En los Cuentos Cínicos se
desarrolla una propia moral. El lector no pretende realizar sentencias o juzgar
el lenguaje ni los acontecimientos planteados. El trabajo artesanal de Bracho
se va convirtiendo –y no paulatinamente sino de golpe– en una propuesta literaria
que va más allá de los límites del recato o la modestia. El siniestro personaje
que es modelado por el narrador carece de pudor, mas no por ello de principios
morales. No sabremos nunca si efectivamente existió o no, si son historias
propias o robadas, imaginadas, soñadas; tampoco si existieron realmente pues
nos sentencia al final del penúltimo cuento: “Farida” cuando el personaje,
decepcionado, desengañado y expuesto a su dolor señala en la parte VIII del
cuento:
Hoy Rusia ya no es Rusia, Irma no existe. El cuarto 2007
ha desaparecido. Temo que yo mismo nunca he estado en Rusia.
Jamás he salido de las cuatro paredes ante mi vista.
Nunca he ido a Samarkanda. Jamás he conocido a nadie como
Irma…
La sensualidad ha llegado a su fin. El personaje se ha bifurcado y se ha
convertido en un ser pusilánime, roto. Es entonces cuando de la pluma de Carlos
Bracho brota un manantial de gran calidad literaria.
Bracho me conmueve porque me resulta irónico, perverso, siniestro, complejo,
derrotista, infame, sagaz, locuaz, grosero, múltiple, inverosímil, diletante,
altisonante, sensual, estruendoso… y porque además me hiere.
Publicado por Razón y Palabra
http://www.razonypalabra.org.mx/cyl/2011/cuentos_cinicos.html
Susana Arroyo-Furphy
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