jueves, 24 de noviembre de 2011

Del objeto y la cosa. Una disertación en torno de los elementos.


El hombre ha tenido un objetivo desde su presencia en el mundo. Su objetivo ha sido claro, ha decidido adueñarse de los elementos.
En el principio de la humanidad el fuego ocupaba un papel preponderante, si no ineluctable en la vida del homo sapiens sapiens. Desde que se ha registrado el establecimiento de nuestra especie y subespecie como “hombre” se tiene conocimiento de la necesidad de la supervivencia por medio del control del fuego, el cual sirvió como fuente de supremacía de esta especie homínida, el homo sapiens, o el hombre, sobre las demás.
Fue así como el hombre logró subsistir. Sin el conocimiento y dominio del elemento fuego, no habría podido mantener su existencia en el planeta.
Más tarde, a causa de las migraciones hacia tierras más amables que le permitieran al hombre lograr su existencia y propagación, encontró la necesidad de controlar la tierra. Así fue como se hizo sedentario. Nació la agricultura y con ella el control de lo que la tierra podía producir para su beneficio y satisfacción. Luego, las conquistas, la tierra era no solamente de control del hombre sino de su dominio. La necesidad de expandirse no fue simplemente resultado de la ambición desmedida de posesión sino de un absoluto y ardiente deseo de control. Las conquistas, los llamados descubrimientos de otros mundos, las guerras, las coaliciones, los derechos de paz, los tratados, los gobiernos, todo se ha determinado en relación con el control de la tierra.
El agua ha sido el tercer elemento que el hombre ha controlado. Ha logrado recuperarla y la ha preservado para satisfacer sus necesidades de limpieza y alimento, la pesca realizada en las costas que rodean las tierras poseídas y su investigación para conocer sus capacidades son parte del control que el hombre ha desarrollado en ese elemento vital. Sin agua no hay vida pero sin tierra y fuego, tampoco.
Desde los inicios del siglo XX el hombre ha intentado, deseado y materializado su control del cuarto elemento, el más etéreo, el aire. El dominio de este elemento se ha dado desde viajar sobre él. Los vuelos tanto comerciales como de transporte de documentos y mercancías, viajes de regocijo, de cambio de vida, de visita, de negocios, en fin, de toda la gama de posibilidades al alcance de las cada vez más enriquecidas líneas aéreas para lograr la satisfacción de algunos o de muchos, llenan los deseos y los sueños de una gran parte de los moradores del planeta.

Pero no es solamente en el control de los aviones o de los lanzamientos de cohetes espaciales para merodear en otros confines, en otros mundos, en otras galaxias, lo que se refiere al control del aire y del espacio aéreo. Es en el dominio del cuarto elemento, el ahora más anhelado, el que procura grandes cantidades de dinero a los poseedores de este bien, o los supuestos dueños.
Sin embargo, quisiera ocuparme un poco en estudiar este elemento y el establecimiento de su control desde la óptica de la semiótica, puesto que el hecho en sí es bastante complejo.
Una de las preocupaciones y ocupaciones de los semantistas y los semiólogos ha sido definir el objeto y la cosa, así como su relación con el signo.
El signo, ya sea lingüístico o no lingüístico, tiene para Charles Sanders Pierce 76 posibilidades de ser definido. Peirce nació en Cambridge en 1839 y murió Pennsylvania en 1914. Fue el fundador del pragmatismo americano. De entre todas las definiciones de signo algunas son las más adecuadas para los intereses de este artículo.  
Un signo o representamen es algo que está por algo para alguien en algún aspecto o capacidad. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo equivalente, o quizás un signo más desarrollado. A ese signo que crea lo denomino interpretante del primer signo. El signo está por algo, su objeto. Es así como Ch. S. Peirce da una de las tantas definiciones de signo.
Las categorías tal y como Peirce las concibe no organizan los fenómenos sino que se refieren a aspectos presentes en todos ellos: son condiciones de inteligibilidad por las cuales las cosas pueden ser distinguidas y conocidas.
Si consideramos el aire como una cosa, el análisis que podríamos hacer de quienes dominan o controlan el aire estaría en lugar de algún aspecto o capacidad. Es decir, el aire no puede pertenecer a nadie, es tan intangible que ni al menos puede ser distinguido. Es entonces cuando nos referimos a una dirección de ese objeto que es desde esa dirección como se crea un signo equivalente a un signo más desarrollado. El interpretante de ese signo es una entidad que se encuentra en un nivel superior. Las condiciones de inteligibilidad son dadas en la medida en que algunos, es decir, algunas instituciones, se han adueñado de las formas de existencia del aire, no como elemento sino como fenómeno mismo del signo creado por el elemento aire.

Charles Sanders Peirce (1839-1914)
Para Peirce todo lo que existe es signo, en cuanto que tiene la capacidad de ser representado, de mediar y llevar ante la mente una idea, y en ese sentido la semiótica es el estudio del más universal de los fenómenos y no se limita a un mero estudio y clasificación de los signos. También nuestros pensamientos son signos y por eso la lógica en sentido amplio no es «sino otro nombre para la semiótica, la cuasi-necesaria o formal doctrina de los signos».
El control del aire no es como lo fue el del fuego o el de la tierra, es un fenómeno complejo que debe ser analizado desde una óptica compleja.
De este modo Peirce añade a la definición de signo como algo que está por otra cosa, una referencia a la mente. Lo que Peirce denomina interpretante, que es a su vez un nuevo signo al que el objeto da lugar en la mente del que usa el signo, supone la mediación entre el signo y el objeto, cumpliéndose de esa manera la función propia del signo. Si el signo no tuviera la capacidad de producir esos pensamientos interpretantes en una mente, no sería significativo.
De esta manera, un signo da lugar a otro en un proceso ilimitado. A esa acción del signo que envuelve siempre tres elementos Peirce la denominó semiosis.
El pensamiento en cuanto signo es interpretado y desarrollado en el pensamiento subsiguiente, y estamos así inmersos en un proceso infinito de semiosis que no es automático, sino que requiere la intervención de la imaginación, pues podemos determinar, hacer crecer y clarificar más los signos en ese proceso. El hombre en cuanto sujeto semiósico está siempre sujeto a la posibilidad de crecimiento.
La semiosis se ha dado en relación con el fenómeno aire desde que ha sido manifestado el signo aire como un proceso y no como solamente un elemento. Este proceso se ha desarrollado en varias modalidades, de ahí que el estudio sea complejo: el aire como surcado por los aviones como si fuesen aves que se transportan a distintos lugares y que pueden contener en su haber decenas o centenares de seres humanos.
El aire, además, es el signo que transporta la voz y la imagen. Desde el uso del telégrafo, el teléfono, el fax, la televisión, hasta la inmensa y plural modernidad que se escinde progresivamente en procesos y sistemas altamente complejos que requieren del uso de la lógica, las matemáticas, la programación a diferentes niveles y la creatividad, aspecto que puede ser inimaginable, el aire, por lo tanto, no puede ser estudiado o analizado desde una simple óptica.  
Para Charles S. Peirce un signo es algo que está para alguien en lugar de algo (el objeto) y crea en la mente de ese alguien su interpretante. Está en lugar del objeto no en cuanto a su totalidad sino como una especie de idea.
Es así como el aire es más que un elemento, una idea. Es algo que funciona o se especifica para alguien, el hombre, y que además crea en la mente de ese alguien su interpretante.
Como es interpretado el aire desde la visión racionalista y efectivista del hombre, ese homo sapiens sapiens de apenas hace unos cuantos miles de años en tanto controlador de los elementos, no puede ser una interrogante, es una aserción relativista. Será diametralmente relativa la visión del hombre sobre el aire en tanto que el control no tenga límites ni precisos ni pensados ni al menos imaginados.
De cualquier manera, no hemos dilucidado el problema de lo que ocurre en la mente de quien controla o desea controlar el cuarto elemento.
Peirce, no obstante, plantea el problema del interpretante en términos de representación: el interpretante es otra representación que se refiere al mismo objeto. Por consiguiente, es evidente que, para Peirce, los signos generan otros signos, ya que la misma explicación de un signo constituye un signo, y que esta explicación dará lugar a otra explicación y por tanto a otro signo. De esta manera, dice Peirce: Llegaremos o deberemos llegar al final a un signo de sí mismo, que contenga su propia explicación y la de sus partes significantes.
Si nos atenemos a la definición minimalista del signo, hecha por el propio Peirce, en la que nos señala que: por signo quiero decir todo aquello que, por un lado, está determinado de algún modo por un objeto y, por el otro, determina alguna conciencia, de tal forma que esa conciencia está determinada por lo tanto por ese objeto. [...]; nos encontramos frente a una definición del objeto aire que nos puede ayudar a resolver el axioma ya que el aire está determinado por un objeto que no es el aire mismo sino lo que el aire sugiere en la mente de los que “lo poseen”, es decir, los dueños virtuales del aire –compañías aéreas, compañías telefónicas, empresas de software, creadores de sitios o páginas especializadas como Facebook y similares; servidores de mensajería on-line, etc.–; y además, existe una determinación de una conciencia de tal forma que esa conciencia está determinada por ese objeto aire. Los “dueños” del aire se encuentran determinados por la conciencia que el aire determina. Finalmente no son dueños del aire sino de lo que las veleidades del aire representan.
En su intento por explicar lo que es el signo, Peirce procura toda una serie de presentaciones y representaciones. Establece que el interpretante del signo es aquello que es provocado en la mente.
Así el interpretante del aire es para los que se han manifestado como sus controladores, poseedores y dueños, algo valiosísimo, un cuasi-tesoro, la gente compra “tiempo aire”; se venden sitios de internet; la gente compra comida por internet, viajes, libros, arte; las personas se citan por Skype cuando lo que ven no es su persona sino la imagen y representación de ella, se escuchan, se encuentran, negocian, se confrontan, se enamoran y todo eso es, según ellos, en tiempo real.

Publicado por Razón y Palabra http://www.razonypalabra.org.mx/