Ella
Ella no tiene los
ojos negros ni el pelo oscuro.
Ella no se sienta a
escuchar el silencio.
Ella sabe usar los
binoculares en el concierto.
Ella no sube a los
autobuses repletos de gente
ni es manoseada por
las manos pestilenes.
Ella no alarga los
centavos
para poder llegar a
fin de mes.
Ella lee a Foucault
y se estremece.
Ella no sufre por la
pobreza.
No bebe un café frío
por las mañanas
en una taza de
peltre oxidada.
Ella no siente dolor
ni frío.
No tiene eternos
catarros que se revuelven entre los catarros de otros pasajeros.
Ella no tiene en las
bellas y blancas manos un billete sucio
de cinco pesos.
Sus manos, las de
ella, sienten la tibieza del roce de otra mano cada día
y por las noches el
delicado vaivén de un cuerpo que la adora.
Ella escucha a Bach
y al cuarteto en la sala privada
Ella no ha vivido
tantas muertes…
Vive rodeada de
amor, de alegría.
Disfruta las veladas
con suave música y viandas selectas.
Ella no lleva el
pecado, no lleva el dolor de la herrumbre,
no se descubre llena
de rencor,
no sufre por las
noches como un alma en pena
que acaso puede
conciliar el sueño
por el cansancio de
los huesos,
de las manos, del
trabajo pesado que la tortura.
No reza a
escondidas, no se santigua todo el día.
No va a la iglesia
de rodillas y pide a la Virgen del Carmen
por salud para sus
hijos
y un poco de dinero,
no le teme a Dios.
Ella no pinta de cal
las paredes.
Ella no tiene un
marido de mirada triste. No tiene un marido.
Ella no tiene el
cuerpo cansado de estrías renovadas.
Ella no muere a los
40.
© Susana Arroyo-Furphy
2019
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