domingo, 31 de agosto de 2014

Me he acostumbrado



Me he acostumbrado

Me he acostumbrado a despertar con las caras coloridas de las cortinas del cuarto de Ivy y a recibir las frecuentes visitas de Itto en la cama. 
Me he acostumbrado a la vida que han forjado juntas y a vivirla con las dos con alegría, con la sonrisa de Ivy, en concierto con su hermosa cara; y con los ojos de Tania donde se contempla el mar y el cielo.
Me he acostumbrado a la cotidianidad de Barcelona, los paseos de Itto, las tardes, los almuerzo y la espera a Tania del trabajo, siempre alegre, siempre entera y valiente.
Me he acostumbrado a vivir con la energía que emana de la fortaleza que han creado juntas, a sentirme parte de una alianza indisoluble.
Me he acostumbrado a llevar a Ivy a la uni, recogerla, verla sonreír, haciendo planes, mirando su móvil como si en ello mirara el futuro.
Me he acostumbrado y la costumbre se ha hecho fuerza, virtud, llano despejado, cielo limpio, entrega.
Las quiero imaginar siempre así, hijas mías, siempre unidas y contentas, cantando y contado el tiempo, mirando juntas la tele, leyendo, caminando, disfrutando de la vida en una Barcelona que de alguna manera es también mía.
No puedo desacostumbrarme, me costará trabajo.
Escribo desde el avión a Estambul. Ya quiero estar de nuevo viviendo los dias y las tardes y las noches con mis dos bellezas… y con Itto.
Las amo,

Ana

Susana Arroyo-Furphy

MÁS SABE EL DIABLO

¿Quién te dijo, mujer, que eras sabia?
¿Acaso sabes que la verdad no existe
y la mentira se esconde en el silencio?
¿Sabes de la derrota,
del fracaso?
¿Tiemblas cuando las hojas caen
y los nombres se pierden
en la espesura de la memoria?
Ríos de risas y de llanto
alimentan al condenado a muerte;
mientras las esperanzas
flacas y parcas
se disuelven, se niegan.
Tanto dolor y tan poco tiempo,
tanta desilusión en un solo cuerpo.
Nadie sabe,

quizás el diablo, por viejo…


Susana Arroyo-Furphy
Del Poemario en preparación Yo creo
2014


jueves, 26 de junio de 2014

Poesía de Yerandy Pérez Aguilar

maniquí        / Yerandy Pérez Aguilar, Cuba, 1990
Poema publicado en la Antología Bicentenario de Gertrudis Gómez de Avellaneda, Madrid 2014

un hombre se detiene frente a mi vidriera
–segundos de contemplación–
luego sigue
dobla la esquina hasta mañana

un hombre se detiene       todos los días
frente a su miseria
–repasa los ahorros–
luego sigue
dobla la esquina hacia su trabajo

un hombre se detuvo hoy
cruzó el umbral de mi existencia
–con monedas inexplicables–
compró la esperanza y se marchó

quizás mañana
mi desnudez
no lo detenga


Elegía por un lugar llamado tierra    /Yerandy Pérez Aguilar, Cuba, 1990
                                                               Finalista en el CONCURSO DE POEMAS DE
    CIENCIA FICCIÓN REVISTA SCI-FDI

elegí el espacio                 el infinito                 lo innombrable

la nave despegó el penúltimo año de algún siglo cercano al fin
en el puerto no me despedía nadie
disimuladamente dije adiós a la multitud
algún robot quizá me confundió con su dueño

recuerdo todo
los planetas visitados     los agujeros malditos     la velocidad de la luz
sin embargo
el olvido hacia la Tierra crece y duele saber que nunca
me verán volver

duele
porque quién sabe si ya todo está mejor
y la hierba ha crecido nuevamente y el Sol no ha muerto aún
y todo fue mentira y la luna no estaba por caer sobre nosotros
y los rayos UVA no dan cáncer o tal vez ya el cáncer tiene cura
y duele ignorar si ya no hay hambre
y duele ignorar si ya no hay hombres
y duele
y esto seguro es muy ridículo
porque tal vez                            en la multitud
algún robot espera confundirme con su dueño


jueves, 22 de mayo de 2014

MUDA

MUDA

He decidido dejar de hablar.
Y no me refiero a esos constantes momentos de mudez en los que habitaba en ocasiones y me sentía casi superior a los demás. Me enarbolaba en una cima o sima que me hacía inmarcesible.
He decidido dejar de pronunciar palabra alguna.
Desde el día de hoy hasta el día que muera.
Mejor que hablen los demás, que hagan ruidos, música estridente, los comediantes en la televisión con sus incongruentes y estrepitosas pavadas. Los actores, los noticiarios, los que vienen a tocar el timbre, los que tocan la puerta, los que dicen buenos días o los que insultan a todos. Que hagan sus ruidos.
He decidido que mi voz, como la de Villaurrutia, mi voz que madura, mi voz quema dura, mi voz quemadura, mi bosque madura, mi voz está atrapada en una red que no le permite salir. Esa red es la incongruencia de los espíritus atormentados.
No hablaré pues no tengo nada que decir. Nada que agregar. Todo ha sido dicho y vengado y aceptado y negado y rehuido y tergiversado. Ya no hay voz. Ese entredicho, esa media palabra, el medio tono, ese casi impalpable sonido se ha secado, se ha escindido, se ha extinguido.
Mi voz como llama tenue de una vela que se niega a morir pero que envejece y se derrite y se derrama en sí misma, esa otrora voz grande, fuerte y sonora ya no es nada. Se ha quedado muda. Ha decidido replegarse, juntarse, ensimismarse. Y sucede que al no tener nada que decir ha decidido que es mejor no decir nada.
La gente dice cosas, dice muchas cosas. Dice lo que siente y lo que no siente, lo que piensa y hasta lo que no piensa, se equivoca, se constriñe, escupe sus pensamientos o lo que en esos momentos pasa por su cabeza. No piensan, no sienten, no comparan, no refutan para sí mismos. Explotan.
Yo no explotaré nunca más. Mi voz es, era, una voz sin vida, como la de todos. Una voz ardiente y chillona, mediocre y postiza. Así igual a la de todos. Por lo tanto, ya mi voz no es voz ni al menos una entelequia de voz. No es nada, la nada es más que nada para la voz. Esa voz, cualquier voz, la pobre voz que se resiste y hurga y anda por ahí escondida tratando de salir y decir nada. Es una pobre mediocre voz. No tiene sentido ni significado. Ha perdido su impacto, su índice, su icono, su símbolo. Ya no es signo.
Entonces la gente sugiere, introduce, opina. La gente, ay, siempre opina. ¿Y por qué es así que esta voz deja de existir? Como si antes de que al menos viviera en la faz de la Tierra hubiese sido importante su inexistencia.
Es una voz lastimera, socarrona, indigna, trasnochada, humillada. Es una voz que se creía voluptuosa y tajante, prístina, encumbrada, iluminada. Y la gente ríe: ja-ja, eso no es nada. Y así fue como se perdió la voz. Se perdió en la nada.
Basta de conmiseraciones. La voz es una voz partida, híbrida, ínfima, bruscamente anonadada. Por fortuna ya no tenemos, tienen, esa voz que martilleaba, que era tintinante, iterativa, zarandeada, era una voz que ahora es menospreciada, que no tiene gracia, ni garbo, ni autonomía. Era una voz prestada, robada, altamente deleznable.
Por fin, hemos prescindido de esa voz. Hasta yo misma estoy agradecida de la inexistencia de su sonido sin ritmo, sin armonía, sin estilo.
Adiós voz, adiós y hasta nunca.

miércoles, 14 de mayo de 2014

INSTANTES

La secadora
Compré una secadora de ropa.
Hacía un ruido gracioso.
La ropa viene y va.
Juega a dar vueltas.
Preámbulo amoroso.

El arco iris
Ha aparecido el arco iris después de la lluvia.
Nada grandioso.
El arco iris sigue siendo algo grandioso.

Compras
La gente viene y va.
Usan bolsas grandes para guardar cosas pequeñas.
Las cosas pequeñas suelen ser grandes ilusiones.

El mantel
Es importante un buen mantel.
Uno comprado en Brujas o en Estambul.
Si nadie pregunta, ¿les diré que es de Brujas o Estambul?

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The Dryer
I bought a spin dryer.
It made a funny noise. 
Clothes come and go.
They play Hunt the Postman.
It’s like foreplay.

The Rainbow
The rainbow has come out now
after the rain.
 Nothing much.
 Rainbows are still
something.

Shopping
People come and go.
 Big bags for keeping small things in.
 Small things are usually a hopes. 

The Tablecloth
 A good tablecloth
is important.
 One bought in Bruges
or Istanbul.
 If people do not ask,
would you tell them
it’s from Bruges
or Instanbul?

Many thanks to Dr Robert Gurney for helping me with this great translation.
Susana

jueves, 3 de abril de 2014

A mi padre - del cajón de los recuerdos... ¡hermosos!

Mi padre

Yo tengo en el hogar un soberano,
único a quien venera el alma mía;
es su corona su cabello cano,
la honra su ley y la virtud su guía.

En lentas horas de miseria y duelo,
lleno de firme y varonil constancia,
guarda la fé con que me habló del cielo
en las horas primeras de mi infancia.


viernes, 21 de febrero de 2014

De Alberto Ernesto Feldman. Buenos Aires - Argentina

 Cerca del barrio chino                                        
   
       Por alguna razón que desconozco,  me obsesionó desde  niño  la  imagen de una joven oriental de oscuros  y enormes ojos rasgados, larga cabellera,  cuerpo  estilizado pero  generoso en sus formas, y  una boca cuyos labios carnosos están siempre abiertos en una  cálida y prometedora  sonrisa. 
   No puedo recordar, si es que alguna vez lo supe,  el origen de esta aparición en mis pensamientos,  mucho más frecuente cuando entré en  la pubertad, pero lo cierto es que me marcó a fuego hasta hoy.
     Nunca pude,  en mis treinta años de vida,  concretar ni  una sola  relación sexual;  tampoco una simple amistad, ni siquiera  una corta e intrascendente charla en un café con una compañera de  trabajo o de estudios.
  Tampoco la Psicoterapia pudo ayudarme: abandoné  hace un par de años mi último tratamiento, en desacuerdo con  la pregunta del terapeuta: -- “¿Y si comenzamos a definir para que lado queremos ir?…” le dije que se defina él,  que yo eso lo tenía claro,  que sólo debía encontrar a la mujer de mis fantasías o  dejar de esperarla, y   que estaba allí sólo  para que me ayude a definir justamente eso; dicho esto, me levanté y me fui.
  Desde entonces, decidí, o mejor dicho la inercia decidió por mí.  Seguiría como hasta entonces,  esperando. Esperé hasta que me desesperé, porque pasó el tiempo  y  la soledad me  fue abatiendo.  Caí en un profundo pozo depresivo.
     Hasta que hace unos pocos meses, la imagen presentida se corporizó. Con un vuelco en el corazón, comencé a verla en la calle, en el supermercado,  caminando delante mio  o cruzándonos al doblar la esquina.
    Al principio creí que mi antigua obsesión me estaba llevando  al delirio,  potenciada por la presencia en las calles de mi  barrio, cercano al Barrio chino, de numerosas muchachas de origen oriental, hasta que  con una mezcla de  ansiedad y alegría,  y para ser franco, casi al borde del infarto, comprobé, al  entrar juntos en el ascensor,  que ella,  la  Única, vivía en mi propio edificio,  diez pisos más arriba.
  Entonces supe que   el  destino,  el azar o como quiera que se llame, había  producido  el milagro de  hacer realidad  mi sueño recurrente, ofreciéndome la posibilidad de verla casi a diario, y quizás, si  podía desprenderme de  mi maldita timidez,   relacionarme con esa  adorada mujer, creada por la imaginación  para satisfacer  de algún modo mi deseo.
 Tal vez  no  sería  inútil el haberla esperado desde  siempre,  cuando  la soñaba, ansiando  que mi anhelo y la magia que la acompañaba, nos atrajeran uno al otro como un poderoso imán a un alfiler, rompiendo los diques a la llegada de  un  momento  que recordaríamos toda la vida. Soñaba con ese momento en que recibiría  la invitación tan  esperada a la Fiesta de los sentidos, al despertar del sexo.
   Posiblemente hubiera comenzado esa Fiesta con nuestro primer beso en la boca, acercando nuestros labios con  un impulso tal que nuestros  dientes chocarían,  (después nos reiríamos inocentemente de nosotros mismos, por ese comienzo).
    Jamás olvidaríamos  ese primer y delicioso contacto de nuestro  labios  oferentes,   temblones de pura impericia,   mientras mis manos en su piel y las suyas en la mía, tímidas e inseguras  al principio, pero ya lanzadas sin retorno,  explorarían y descubrirían el Nuevo Mundo que nuestros miedos y nuestra vestimenta ocultaban.  
     Por primera vez,  tomaría conciencia de la sutileza de la yema de mis dedos en sus pechos  suaves y  erguidos, de  la maravillosa sensación  eléctrica al contacto con sus pequeños  pezones enhiestos,  de la sensibilidad de cada pequeña fracción de nuestras pieles.
     Después…después… no sé, quizás aparecerían  otra vez  mis miedos y   no sabría continuar,  pero ella, con una sabiduría ancestral y una destreza intuida  apenas unos minutos antes, sabría como guiarme por  los senderos de nuestros cuerpos fundidos, mientras nos miraríamos profundamente  (ella con ojos vidriosos, yo respirando con dificultad), hasta permitirme ingresar en el tibio  templo  de su cuerpo estremecido.
 Y así podríamos seguir por los días de los días, tal vez años,  quizás por toda la vida, perfeccionando esa  maravilla que hace que el  Amor y el Sexo se mezclen y  terminen  siendo la misma cosa.
    Pero nada de eso  había ocurrido hasta ahora;  sólo mi deseo de ella, nunca satisfecho, me hizo imaginarla, y tal vez la fuerza de ese  mismo deseo la trajo  hasta mí  y me dio fuerza  para decirle,   a fuerza de encontrarnos en pasillos y ascensores en estos  días en que anudamos   una amistad con agenda abierta,  mirándonos con simpatía, diciendo  cosas graciosas que nos hacen reír y cosas serias  que sólo contaríamos a nuestros  mejores amigos; como por ejemplo, que  los  dos  tenemos  treinta años y ninguna experiencia amorosa.  En fin,   todas esas  cosas que hicieron que  hoy,  mirando nuestros relojes con impaciencia, intercambiemos  miradas de asentimiento y sin  que nos importe nada de nadie, abandonáramos esa  aburridísima   reunión de consorcio  tomados de las manos, y  caminando  lentamente por el  largo  pasillo, nos  digamos al oído  todo lo que  haremos   en esta  tibia noche de verano.
   Cuando cerré la puerta  del ascensor y pulsé el botón del  piso catorce,  nos abrazamos, y  como lo había soñado mil veces, mi respiración se  alteró y  los ojos hermosos  y  rasgados de la señorita Li  comenzaron a ponerse vidriosos;  sonrió con una sonrisa que yo conocía desde siempre y me  invadió la maravillosa sensación  de que el Cielo nos esperaba.

 Y hacia allí partimos.

lunes, 6 de enero de 2014

LLORAR

Llorar

La labor de una madre es llorar.
Llorar por un hijo enfermo.
Llorar por su futuro.
Llorar por su presente.
Llorar ha sido uno de los inventos más afortunados.
Se siente una redimida, aliviada, distraída, entusiasmada, deconstruida.
Al llorar se enjuga el dolor, se constriñe el ánimo, se alimenta el sinsabor.
Llorar y llorar sin parar.
Dejar que las lágrimas broten como un elixir de fantasía,
como una fuente, un manantial.
Llorar y degustar la calidez –a veces el frío-
descampado, tibio, lacerante.
Esa humedad que hiela, que marchita, que con su sal trasluce
las mejillas y los párpados,
 que suave, dulcemente, se cierran.
Cierran para dar paso a otra lágrima
y a otra
y a otra.
Lloro porque me acuerdo, porque me duele el recuerdo,
porque mis ojos están abultados; porque esperan las gotas que a veces arden
y gritan y concitan a más llorar y llorar.
Lloro porque no recuerdo, porque sé que el dolor está ahí
y sigue y sigue
y no cede.
Lloro porque quisiera empañar mi adentro como empaño el espejo;
porque las madres lloran
y las flores rezuman sus olores
y la cotidianidad es constancia de la vida.
Lloro porque el vacío me gobierna y me inunda.
Lloro porque me duele, ay, cómo duele
el llanto que está dentro y que desea brotar.

Susana Arroyo-Furphy